En los años que nos precedieron a la coronación Canónica de nuestra excelsa Patrona, Nuestra Señora del Águila, fue calando en nuestra ciudad y, sobre todo, en las instituciones religiosas interesadas en el evento, la idea luminosa de ampliar, adaptar y embellecer, solucionando de una vez por todas el angosto y complicado acceso al Santuario Mariano de Nuestra Señora del Águila, allí existente desde hace siglos, lugar privilegiado de oración, meta escogida de peregrinaciones, y punto geográfico sobresaliente de bellísimos paisajes, admirados por todos los visitantes.
Ni que decir tiene que la pobreza de miras y la escasa visión de futuro de nuestros munícipes gobernantes, no sólo no han sabido valorar, en su justa medida, el alcance de aquella iniciativa popular, sino que aún hoy persisten mostrando la mayor indiferencia anta aquel clamor popular.
Después de un década larga, este problema, que clama a los responsables políticos solución urgente, no solamente sigue latente, sino que se agrava por momentos.
Las cunetas laterales existentes a ambos lados de la carretera que conduce a tan privilegiado lugar, a cielo descubierto desde tiempo inmemorial, nidos de basuras en la subida en la subida al castillo, constituyen permanentemente, en gran parte del trayecto, un serio y evidente peligro al convertirse en auténticas trampas para la integridad física de los vecinos de la propia barriada del Castillo y para la seguridad de los numerosos y sufridos devotos que utilizan aquella zona.
Y como reza un principio filosófico, “contra facta no valent argumenta” ( contra los hechos no sirven los argumentos), es muy frecuente la celebración de bodas y demás actos religiosos en tan histórico y sagrado lugar, siendo testigo ocular y víctima de incidentes bochornosos que no debieran repetirse por constituir un verdadero atentado a nuestra inteligencia, capacidad de organización, aprecio por nuestra historia, sentido común en la previsión , recto criterio en una eficaz planificación y justo sentido de la responsabilidad.
Como ejemplo, a las 6.15 horas de la tarde de un sábado, los Servicios Municipales se hallaban ocupados en el exorno y protección con enormes macetones y recias vallas, instalados ambos elementos en las cunetas de la calzada, de la zona delantera del Patio de Armas, estrechando consecuentemente el ya dificultoso acceso al Santuario.
Para unos, la celosa actuación de los empleados municipales era digna, correcta, lógica, necesaria y conveniente, ya que se trataba de dar el mayor realce a los actos de los Festivales de “Joaquín el de la Paula”, que allí se venían celebrando en aquella fecha.
Para otros, más prácticos y realistas, la operación constituía un claro impedimento para los numerosísimos vehículos que se dirigían a la ceremonia religiosa de una boda a celebrar en el hermoso, histórico y bien cuidado templo mariano.
Y, efectivamente, allí sucedió hace varios años lo que hoy aún se viene repitiendo lamentablemente. Terminada la primera boda, bajaba un número incontable de coches de invitados cuando, a la mitad del camino, se dieron de bruces con otra enorme caravana de turismos y taxis que subíana celebrar una segunda ceremonia.
A todo esto, un camión, de considerables dimensiones, que iría a prestar un que otro servicio, inesperadamente, subía también la cuesta por su parte más estrecha intentando abrirse camino. El conductor, sorprendido por las dificultades originadas por la intensa circulación, se las veía y se las deseaba para coronar con garantías la cuesta de tan abandonada subida.
No hace falta tener mucha imaginación para poder revivir la que allí se armó. El conductor del camión, abrumado por la situación, clamaba, brazos en alto, al sentido común y a la buena voluntad, que en estos casos suele regir en la mayoría de los conductores.
Todos acudimos a sus demandas para salir de aquel atolladero. Con una gran dosis de buena voluntad, unos lograron salir airosos de aquella trampa; otros, menos afortunados, no
tuvieron otra alternativa que buscar un taller mecánico de urgencias, ya que el roce sufrido por nuestros coches con las durísimas aristas que mostraban los macetones, resultaron bien visibles.Para unos, la celosa actuación de los empleados municipales era digna, correcta, lógica, necesaria y conveniente, ya que se trataba de dar el mayor realce a los actos de los Festivales de “Joaquín el de la Paula”, que allí se venían celebrando en aquella fecha.
Para otros, más prácticos y realistas, la operación constituía un claro impedimento para los numerosísimos vehículos que se dirigían a la ceremonia religiosa de una boda a celebrar en el hermoso, histórico y bien cuidado templo mariano.
Y, efectivamente, allí sucedió hace varios años lo que hoy aún se viene repitiendo lamentablemente. Terminada la primera boda, bajaba un número incontable de coches de invitados cuando, a la mitad del camino, se dieron de bruces con otra enorme caravana de turismos y taxis que subíana celebrar una segunda ceremonia.
A todo esto, un camión, de considerables dimensiones, que iría a prestar un que otro servicio, inesperadamente, subía también la cuesta por su parte más estrecha intentando abrirse camino. El conductor, sorprendido por las dificultades originadas por la intensa circulación, se las veía y se las deseaba para coronar con garantías la cuesta de tan abandonada subida.
No hace falta tener mucha imaginación para poder revivir la que allí se armó. El conductor del camión, abrumado por la situación, clamaba, brazos en alto, al sentido común y a la buena voluntad, que en estos casos suele regir en la mayoría de los conductores.
Todos acudimos a sus demandas para salir de aquel atolladero. Con una gran dosis de buena voluntad, unos lograron salir airosos de aquella trampa; otros, menos afortunados, no
¿No es llegado todavía el momento de dar la adecuada solución técnica a un problema tan grave que se está eternizando, y que tanto daña la imagen de nuestra ciudad, y que soportan de una manera ejemplar los pacíficos moradores de la barriada del Castillo, irrita el ánimo de los devotos de Nuestra Señora del Águila, limitando sus visitas a aquel Oasis de Paz, en unión de tantos forasteros que desean acudir a estas alturas a contemplar, no sólo la devoción principal de los alcalareños, sino también los excepcionales paisajes de nuestra envidiable geografía y conocer, al mismo tiempo, la historia viva del mayor castillo de Andalucía?
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